sábado, 3 de marzo de 2007

una de mis historias...

La noche cayó sobre aquella pequeña ciudad. Por la calle principal se oía el trotar de los caballos que tiraban de los carruajes. La luna brillaba en lo más alto del negro cielo, rodeada de un elegante mantel de estrellas. La luz de las escasas farolas apenas daba para alumbrar dos metros más allá. Al final de la calle la luz de un bar se dejaba escapar por una ventana abierta. De vez en cuando la puerta se abría, saliendo por ella tan sólo hombres borrachos que volvían sin dinero a casa, donde le esperaban su mujer y sus hijos llenos de ira por no comer apenas en días. Del otro extremo de la calle apareció un niño pequeño. No tendría más de 12 años. Caminaba de lado a lado, tambaleándose a causa del hambre y el frío. Llevaba un abrigo desgastado y roto, demasiado pequeño para él. Al contrario que sus pantalones, unas tres tallas más de la apropiada. Sujetaba éstos con una cuerda, seguramente recogida de la calle. Tenía la cara manchada, señal de no haberse lavado en días. Sus labios, agrietados y morados, mostraban tras su tiritez el frío que acompañaba a aquella noche. Decide acercarse a la puerta de una casa para refugiarse del frío. El ruido al acurrucarse despertó al dueño de la misma, que arrojó un cubo de agua, empapando al chico. Al fin divisó la luz del bar. Miró en sus bolsillos. Buscó insistente hasta sacar una moneda, que volvió a guardar. Intentó correr hacia allí, pero sus fuerzas desaparecían por instantes. Vaho salía de su boca a pequeños intervalos, lo que dejaba adivinar el esfuerzo que hacía por continuar vivo. Alcanzó la puerta y la empujó para entrar. Lo que vio allí le impactó bastante: hombres bebiendo sin parar, muchos hasta caídos en el suelo porque ni se tenían en pie. Sacó la moneda de su bolsillo y, levantándola al aire, se dirigió hacia la barra. En su camino tropezó, y la moneda rodó hasta debajo de un hombre que estaba en el suelo. Con cuidado para no despertarlo, se agachó para recuperarla. Sin embargo, el hombre se despertó, y al verlo allí, con intención de coger algo, comenzó a gritar que le iba a robar. Todos los hombres se alarmaron, y el camarero lo cogió echándolo fuera del local, sin dejarle decir ni una sola palabra a su favor. Empapado, volvía a encontrarse en la calle, junto a su gran enemigo: el frío. De repente divisó algo tirado en la calle, era un trozo de carne. Se aproximó a cogerla, cuando vio que una niña más pequeña que él, iba con las mismas intenciones. Cogió el trozo y se lo acercó a la niña, que se escondía temerosa. Lo aceptó con un “gracias” y echó a correr, perdiéndose en la noche.

El sol comenzaba ya a salir. Los carruajes pasaban ahora con más frecuencia. Los hombres madrugadores salían de sus casas para ir a trabajar. Todo volvía a la normalidad, al fin había desaparecido aquel frío asesino. Mas todo ocurría ajeno a un pequeño niño que descansaba en un rincón de la calle, y de donde jamás se movería.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Soni muy chulo y muy triste a la vez....y que bueno el niño ahi dando el trozo a la niña.....ayyysss


Besos

MMDD

Anónimo dijo...

Que triste... pero es verdad y hoy en dia también pasan cosas de esas más cerca de lo que creemos... Sólo que ahora en vez de carruajes hay coches. Se ve que sólo avanzamos en algunas cosas